La crisis de la educación como crisis filosófica

Normalmente, los profesores actuamos como si pudiésemos evitar la respuesta a cuestiones del siguiente tipo: «qué es una lección». O «si existe una diferencia significativa entre la escuela secundaria, las escuelas especializadas o la universidad». O también «qué hay que enseñar primero, como fundamento de todo lo demás y qué después». Las respuestas, o no respuestas a estas cuestiones, implican decisiones filosóficas de primer orden. Ignorarlas comportaría conse-cuencias en el conjunto del proceso de maduración y formación. De alguna manera, sufrimos en nuestro trabajo, un día tras otro, las presiones propias de factores tan modernos como la especialización científica, la división del trabajo o el elitismo político. En cualquier caso, atendemos poco al legado de la tradición filosófica. Por el contrario, en este artículo se pretende desmostar lo poco que ayuda la siempre activa y creciente separación entre las ciencias formales, naturales, humanas y sociales, de un lado, y la filosofía, por el otro. Igualmente sucede cuando se trata de relaciones en el ámbito de los negocios, la política o las relaciones humanas cotidianas. Se pretende explicar la necesidad superior de la filosofía para combatir la burocracia, que gradualmente abandona el papel de medio que teóricamente habría de servir a nuestros objetivos, para convertirse en un objetivo en sí misma.