El orden internacional tras la Covid-19: estados más replegados y potencias más débiles
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Si hiciéramos caso a las especulaciones futuristas expuestas en el cine, el mundo en el 2019 tendría que parecerse a la sociedad robotizada y crepuscular que nos dibuja Blade Runner (1982), o quizá al superpoblado y contaminado mundo de Soylent Green [Cuando el destino nos alcance, 1973], cuyo argumento transcurre en el 2022. Sin embargo, a comienzos del 2020, la película que mejor retrata nuestro mundo actual es Contagio (2011), en la que un virus desconocido se expande desde China al resto del mundo y provoca una pandemia global.
El virus del SARS-CoV-21 es ciertamente menos peligroso que el que describe Contagio. Sin embargo, tiene un componente igual de perverso, ya que se expande de manera “sigilosa”: tarda en mostrarse, puede ser asintomático, es tremendamente infeccioso debido a su gran “afinidad” a las células humanas, y en algunos casos, presenta un asolador pico virémico al final del período de incubación, que obliga a muchas hospitalizaciones de larga duración. La metáfora del “cisne negro”2 encaja perfectamente con el actual contexto: si bien la posibilidad de una pandemia a escala global había sido contemplada por los analistas en las dos últimas décadas, una que fuera de la enorme magnitud de la actual no era una de las hipótesis consideradas más probables. Es más, no era descabellado pensar que en el caso que se produjera, el sistema internacional actual sería capaz de combatirla de manera efectiva, como sucedió en el caso de otros coronavirus precedentes (el SARS-CoV o el MERS-CoV) o con los ribovirus de la gripe A (la gripe porcina H1N1 y la gripe aviar H5N1).